ORIENTÁNDONOS POR LOS QUASARES

Guillermo Giménez de Castro
Centro de Rádio-Astrônomia e Astrofísica Mackenzie,
São Paulo, Brasil

El presente artículo será publicado en el número de agosto de 2000 de la revista Ciencia Hoy

La prensa, la industria cinematográfica y algunos novelistas parecen haber creado y sustentan la imagen del científico de delantal blanco, cabellos desordenados, anteojos, mirada distraída y hablar confuso. Da la impresión de que el científico vive en una esfera de cristal, pero todos los investigadores del mundo saben que esa imagen es falsa. La ciencia precisa de mucho dinero: no existe ciencia barata. Si no se trata de laboratorios se trata de observatorios, si no son reactivos, son computadoras. En última instancia, siempre necesitaremos de mano de obra -o materia gris, como el lector prefiera- y eso significa salarios. El dinero que paga las cuentas de la ciencia proviene en su mayor parte, en todo el mundo, de los estados, o sea, de los ciudadanos y sus impuestos. Todos los científicos del mundo, inclusive los argentinos, se ven forzados a solicitar el dinero a instituciones como el CONICET o la Agencia y a justificar cada solicitud. Es entonces cuando hasta el más distraído de los científicos coloca bien sus pies en tierra firme, porque del éxito de sus argumentos depende el futuro de su investigación.

En los últimos años, en todas partes del mundo -y Argentina no escapó a la regla- se viene exigiendo que la investigación incluya resultados palpables y no solo más conocimiento. Esto pone en aprietos a algunas áreas de investigación. El interés de Newton por la ley de gravitación ciertamente no provenía de su deseo de colocar satélites artificiales alrededor de la Tierra para transmitir imágenes de televisión. Newton solo quería entender como actúa la naturaleza. James Maxwell dio un segundo paso crucial para que podamos asistir en directo los partidos de fútbol cómodamente sentados en nuestros sofás. Pero él solo pretendía describir teóricamente, en forma completa y coherente, los fenómenos de la electricidad y del magnetismo. Acabó hallando las ondas electromagnéticas, las mismas que usan la radio, la TV y, hoy, los teléfonos celulares. Es imposible calcular el rendimiento económico de ambos descubrimientos científicos, como es imposible también cuantificar la mejora de nuestra calidad de vida que ocasionaron.

Las anécdotas anteriores no son aisladas ni únicas. Pero aquí queremos hablar de quasares. A comienzos de la década de los sesenta del siglo que nos está abandonando con tanto boato, los astrónomos creían conocer la fauna completa de objetos celestes, de planetas a galaxias, Adonde quiera que los más poderosos telescopios apuntasen, siempre observaban más de lo mismo. Por suerte, en la ciencia nada es perfecto. Se recibían señales de radio sin conocer su contraparte óptica. Fueron llamadas de radio fuentes. En un momento se asoció un punto visible y débil a una radio fuente. Lo encontrado parecía una estrella, pero las estrellas no emiten suficientes señales en las frecuencias de radio como para que puedan ser detectadas en la Tierra. Porque tales objetos parecían estrellas pero no era seguro que lo fueran, se los llamó quasi stellar objects -objetos casi estelares- o, simplemente, quasars, y en castellano quasares. Al poco tiempo se descubrió, analizando el corrimiento al rojo del espectro de la luz recibida de ellos, que debían encontrarse en los confines del universo. Lejos, en astronomía, significa viejo. La luz de un quasar situado a 4000 millones de años luz fue emitida hace 4000 millones de años. Por ello, los quasares permiten estudiar cómo era el universo hace miles de millones de años. El asombro de los astrónomos por los quasares no paraba: eran objetos excitantes, con abruptas y fuertes variaciones de intensidad. En los foros científicos el debate se recalentó. ¿Cuál fue su origen? ¿Cuál es su dinámica? ¿Se trata de estrellas? ¿Son galaxias tan lejanas que no podemos ver sus detalles? En fin, nada más ni menos que la ciencia en pleno funcionamiento, intentando arrancarle a la parca naturaleza un nuevo pedazo de conocimiento.

¿Qué resultado práctico podía tener esa investigación en 1960? Nadie podía anticiparlo. La respuesta más probable, sino la única, podía haber sido: ninguno. Como Platón en la Academia, cualquier astrónomo dedicado al estudio de los quasares hubiera deseado, y aún desearía, dar una moneda como respuesta a quien preguntara por la utilidad de ese conocimiento.

Esa moneda llegó mucho antes de lo esperado. Los quasares son los objetos más lejanos de que tengamos noticias. Desde la Tierra, se los percibe como objetos inmóviles. Por ello, en la década de 1970 comenzaron a usarse con fines geodésicos. Una red internacional de radiotelescopios mide sus posiciones con una precisión de milisegundos de arco. Los resultados de esas observaciones sirvieron para medir el desplazamiento de las placas tectónicas terrestres, así como otras características importantes de nuestra no tan esférica Tierra. La observación de los quasares, aquellos inútiles objetos del deseo astronómico, sirven para calibrar las posiciones de los satélites del GPS o Global Positioning System, un sistema desarrollado por los militares norteamericanos que puede ser usado por cualquiera sin otro costo que el de un pequeño instrumento de un par de cientos de dólares o aun menos. Permite establecer posiciones terrestres (también aéreas o marinas) con razonable precisión y definir la hora con más exactitud que un reloj de cuarzo común. El sistema GPS es ampliamente usado por la navegación aérea y marítima y se basa en los inútiles quasares.

La historia no acaba aquí, porque las observaciones de quasares son realizadas mediante una técnica llamada Very Large Base Interferometry (VLBI), es decir, interferometría de base muy grande. El método fue desarrollado para ese propósito y para obtener los detalles que no se advierten en imágenes ópticas. También se usa para estudiar el centro galáctico, donde se cree que existe un agujero negro, así como las fusiones (mergers) de galaxias en colisión y otros fenómenos. Es decir, cosas tan inútiles como los quasares. La misma red de radiotelescopios que hace observaciones geodésicas realiza levantamientos detallados de estos, ya que sus variaciones de brillo se deben a eyecciones de masa, poderosos chorros que salen expulsados con violencia, y para ubicar con precisión al quasar se requiere saber que parte está en reposo. En alguna medida, que los aviones aterricen sanos y salvos y los barcos lleguen a buen puerto depende del estudio de los inútiles quasares. Desafortunadamente, los bombardeos quirúrgicos a Bagdad y Belgrado también. Como a los marinos mercaderes de antaño, la astronomía brinda a las personas de hoy la forma de saber donde están e informa adónde van a los navegantes de los cielos y los mares modernos.

Tomando prestado el argumento de los círculos conservacionistas de que cada especie que desaparece en la Tierra puede llevar consigo la cura de una enfermedad conocida o por conocer, podemos afirmar que cada área del conocimiento que no es cultivada puede ocultar las respuestas a problemas aún desconocidos. En estos tiempos de predominio exclusivo de una visión político económica utilitarista, todo se mide en términos del rendimiento inmediato del capital. Es nuestro deseo que los administradores de la ciencia, en especial la Argentina, sepan oír las enseñanzas de la historia y comprendan que la única distinción posible en la ciencia es entre la buena y la mala. Y que no hay justificación para la búsqueda mezquina de resultados en el corto plazo.


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